jueves, 13 de agosto de 2015

¿PARA QUÉ SIRVE LA UNIÓN EUROPEA?



domingo, 19 de julio de 2015

¿PARA QUÉ SIRVE LA UNIÓN EUROPEA?

Cuando yo era un chaval, a mi barrio, todo lo que necesitábamos llegaba por un maltrecho camino de tierra y sobre carros tirados por caballos. Cuando llovía el camino se hacía impracticable, aun y así los carreteros intentaban llegar y entregar su mercancía. Una de esas veces la rueda de un carro se metió en un bache y el pobre animal no podía sacarla. El carretero perdió los nervios y la emprendió a palos con el caballo a pesar de que, sin otros remedios, era evidente que el animal no podía salir del atolladero. Esa es la triste imagen que me viene a la cabeza cuando veo a la Unión Europea castigar a los miembros que han caído en un bache, con la misma vehemencia con que el carretero castigaba a su caballo.
El espectáculo está llegando a tales extremos que inevitablemente nos obliga a preguntarnos para qué sirve a la práctica, lo que nos vendieron como la panacea de todo bienestar.
Los orígenes del montaje fue la creación de una plataforma donde las principales potencias europeas se comprometían a discutir y solucionar sus diferencias económicas, en vez de recurrir a los cañones como venía siendo habitual a lo largo de su historia. Lo cual está muy bien y parece demostrar que las distintas burguesías nacionales habían aprendido la lección de las dos guerras mundiales.
Como la cosa funcionaba, a los pocos años, además de aceptar más miembros, empiezan a hablar de algo parecido a una única nación europea. Tanto es así que se organiza un parlamento, se anulan las fronteras internas y hasta se adopta una moneda única, además de organizar numerosas oficinas desde donde se dictan normativas de todo tipo.
Incluso, los más ingenuos, llegamos a pensar que, bajo una norma europea, nuestra burguesía nacional se vería obligada a limitar sus escandalosas plusvalías de manera que nuestros sueldos, tanto la retribución directa como en prestaciones y servicios sociales, se aproximarían a los europeos. Y, efectivamente, aunque nunca hemos llegado a los niveles 'europeos', las prestaciones y servicios estatales permitían un nivel de confort social desconocido por estas latitudes.
Hasta ahí el potaje olía a gloria, no obstante y pensándolo bien, aunque sea ahora cuando ya hemos mordido el anzuelo, ese empeño en unirnos más allá de la coordinación económica de las 'potencias', resulta raro e inquietante.
Raro porque la burguesía europea, de madre latina, padre desconocido y abuelos griegos, no es, en absoluto, amiga de ceder soberanías. Algo más que solidaridad europeista tenía que haber ahí, tal y como ahora empezamos a comprobar.
Raro porque la 'unión europea' a nivel popular, a nivel de simple ciudadano, hace muchos siglos que existe. ¿Cómo llamar, si no, a un conglomerado de pueblos que habitan territorios contiguos y que llevan milenios predicándose los unos a los otros, trapicheando y peleando continuamente entre ellos? ¿Qué falta hace darle forma institucional a lo que existe de forma natural? Ninguna frontera podrá impedir que Ibsem se asuma en Cadiz o Lorca en Estocolmo.
Raro porque conociendo a nuestras particulares burguesías 'nacionales', cuesta creer que acepten reglas de alguna clase, acostumbrados como están a hacer lo que les viene en gana y teniendo el poder para seguir haciéndolo.
Sí, muy extraño e inquietante porque, a poco que repasemos la historia, comprobamos que las 'uniones políticas europeas' siempre han empezado y acabado en masacres, sosteniéndose, mientras han durado, con violencia y represión.
No faltaban razones para esa inquietud que, en algún rincón de nuestras conciencias, se activaba al reconocer las grandes ventajas de pertenecer a la Unión Europea. Resulta que ese nivel de bienestar no se conseguía a partir de imposiciones tributarias a nuestra burguesía, para suavizar así la escandalosa desigualdad entre clases populares y clases pudientes. Ni mucho menos. Ese 'confort social' se conseguía 'de fiado', a base de pedir prestado. A base de ir engrosando la deuda del estado indefinidamente, y poniendo al propio estado como prenda. Un día u otro, el prestamista en vez de conceder otro crédito reclama la prenda, es decir, el estado. Y en esas estamos.
Eso significa que los acreedores, la encantadora Unión Europea, puede intervenir las leyes del país que se trate, so pena de hundir a ese país en la miseria más descarnada.
Sin embargo, lo verdaderamente inquietante son los intereses de clase con que ponen en práctica esas intervenciones. No tocan en lo más mínimo los beneficios de la burguesía del país intervenido que sería lo lógico: obligarle a aumentar su aportación al estado para pagar la deuda. Todo lo contrario, dictan leyes que desgravan los beneficios de los burgueses, potencian la privatización de los servicios públicos, permiten engrosar todavía más la deuda del estado para salvar de la ruina a sus bancos. Pero, paralelamente, imponen leyes que hacen caer los sueldos, anulan derechos adquiridos por los trabajadores y gravan el consumo. Es así que se explica el fervor europeista de nuestros burgueses.
Dejando aparte el tema de si, los señores que compraban la deuda del país intervenido, no buscaban precisamente eso, quedarse con el estado para poder explotar sin cortapisas a sus trabajadores, tal como lo hicieron durante la segunda mitad del siglo pasado aprovechando los regímenes corruptos y autoritarios del sur de Europa.
Dejando igualmente de lado el hecho de que el esplendor económico que les permitió ser tan rumbosos adquiriendo deuda pública de otros miembros de la unión, se debió en gran parte, a la mano de obra súper barata que les proporcionaron los, ahora, miembros intervenidos.
Olvidándose de, acaso, demasiadas cosas, la realidad desde nuestra perspectiva de trabajadores es que nuestros hijos, tal como les ocurrió a nuestros padres, miran hacia los países acreedores para ofrecerse como mano de obra sumisa y barata.
¿Era ese el objetivo de la Unión Europea al permitir la incorporación de países que no alcanzábamos el nivel económico de 'potencias'? ¿Es la Unión Europea la unión de las burguesías europeas para ejercer un estricto control sobre los trabajadores europeos y garantizar flujos de mano de obra cristiana, sumisa y barata? Acaso, las lumbreras del europeísmo no lo pensaron así, pero en manos de los burgueses, no cabía esperar otra cosa.
Acaso sería el momento de plantearse que Unión Europea sí, pero ¡unión de los pueblos! no de las mafias de siempre, cuya principal huella en la historia de Europa ha sido, precisamente, llenar de fronteras y prejuicios racistas el territorio europeo.