domingo, 16 de noviembre de 2014

LA UTOPÍA ES LA VOZ DEL ORÁCULO.



Cuando los físicos definen el trabajo como la fuerza multiplicada por el desplazamiento, no sólo nos proporcionan un procedimiento para medirlo, además, nos dicen que, con independencia de la disciplina en que nos situemos, sin esfuerzo nunca pasaremos de A a B. Dicho sea teniendo presente que el dinero es trabajo, nuestro o de otros, pero trabajo.
Solemos hablar de trabajo remunerado y no remunerado. Al primero se le vincula al contrato con alguna entidad que convierta nuestro trabajo en dinero, al segundo con nuestra vida privada, en la que la totalidad de nuestro trabajo se convierte directamente en bienestar.
Esas dos formas de trabajo sumen a las personas en una dualidad ciertamente desequilibrante. Algo al estilo de 'DrJekyll and MsHyde.' Por poner un ejemplo, pensemos en el discreto y eficaz operario en el taller o la oficina, transformándose, cuando llega la hora de plegar, en un perspicaz activista social. Acaso, otras formas de intercambiar nuestro trabajo, otras formas de mercado, permitirían acabar con ese desequilibrio.
En el aspecto personal, hay una importante diferencia. Mientras que el trabajo remunerado es alienante, ya que nos limitamos a ejecutar ordenes, en el no remunerado sabemos por que lo hacemos y para qué. Así, al ejecutarlo, también nos realizamos, nos permite observar nuestro trayecto, ver la hermosa pirueta entre A y B, ser algo más que una interminable ristra de días en pasado, todos iguales, haciendo lo mismo.
En el trabajo no remunerado, la motivación no es ajena al propio trabajo, lo hacemos por un beneficio directo, no por un miserable 'puñado de dolares'. Este detalle hace que esa forma de trabajo tenga mucho más rendimiento pues podemos aplicar nuestra propia y rica experiencia, no la obligada, escueta y controlable normalización. Así mismo, al no estar sometido a las oscilaciones de los intereses monetarios, su valor es fijo, no puede devaluarse.
Esa es la forma de trabajo que todos pretendemos, el que aúna nuestras aspiraciones con nuestros esfuerzos. Es una forma de trabajo que, además de energía, exige reflexión. Ese es, precisamente, el tipo de trabajo que están utilizando las nuevas formas de organización política que surgen a partir del 15/5/2011.
Semejante planteamiento anula el enlace jerarquizado entre unos y otros trabajos individuales, pues lo que tengo que hacer depende de mi propia reflexión y no de las tácticas y estrategias de algún estamento jerárquicamente superior, ya sea electo o impuesto. Nos fuerza a conectar nuestro trabajo tejiendo una red. El nexo con el colectivo ya no se basa en que mi existencia depende de encontrar, en dura competencia con mis compañeros, algo o alguien a quien someterme, sino en encontrar la manera de sumar mis esfuerzos a los del colectivo. Es decir, resulta imprescindible sustituir la sumisión y la competencia por la solidaridad.
Pretender que esa forma de trabajo en que la idea y el esfuerzo tienen el mismo origen, resulte socialmente eficaz presupone, por parte de todos los miembros de cualquier colectivo, un acceso completo a toda la información, no sólo a aquella parte vinculada a nuestra función. En una estructura en red no es posible aislar un nodo sin riego de que toda la red se desmorone, ni el nodo sobrevivirá por si mismo. Por otro lado, cualquier movimiento en uno de sus nodos, tal como ocurre en los líquidos, provocará una onda que afectará al conjunto de la red. Estas características implican que cualquier decisión, cualquier acción colectivamente sostenible, debe tener presente la totalidad de la información que genera el colectivo.
Considerando la cultura como el registro de las soluciones dadas a nuestras necesidades, una forma de trabajo como la descrita rompe el esquema compartimentado y jerárquico de elaborar la cultura y, como requisito, necesita una población dispuesta a no dejar nunca de aprender. El propio sistema educativo tendría que centrarse en desarrollar al máximo la natural disposición al aprendizaje que todo ser humano posee. No, tal como actualmente ocurre en la práctica, en ir filtrando esa naturaleza hasta conseguir expertos en una pequeñísima fracción de la cultura y legos en todo lo demás. Serán las circunstancias y necesidades de cada momento, las que concretarán las técnicas a aprender y la especialidad que mejor se ajuste a cada cual.
Lo más interesante, dentro de un esquema de trabajo en el que idea y acción avanzan al unisono, es que la realidad no se presenta como un ideal, que alguien a dictado, al que debemos aproximarnos, sino que se manifiesta como un puzzle de realidades perfectamente ensambladas. Es decir, la tesis se presenta en forma de necesidad y la antítesis, como la necesidad de ensamblarse. Dicho de otra manera, no es necesario convencer u obligar a nadie, la realidad resulta evidente: Hay que encajar en el puzzle, en la red.
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La utopía es la voz del oráculo, la que nos predice el futuro. Entre lo utópico y lo viable sólo se interpone la técnica. La utopía es un trastorno de la razón objetiva que nos fuerza a modificar la realidad hasta hacerla viable según ese trastorno. La utopía descrita en estas líneas, el trabajo como realización personal, dispone de los medios técnicos necesarios para generalizarse, para convertirse en la forma principal de trabajo, y, gracias al derecho universal a la enseñanza, hace tiempo que la gente dispone de conciencia individual suficiente para percibir su existencia como lo que en realidad es, una sucesión de aprendizajes.
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No deja de ser una opinión, pero todo apunta a que ahí radica el éxito que, las nuevas formas de organización de las clases populares, tienen en la captación de ese trabajo que llamamos 'no remunerado'. Aporte vital que las organizaciones tradicionales han ido perdiendo hasta el extremo de depender, absolutamente, del trabajo en forma de dinero que los bancos proporcionan. Es un éxito basado en la ruptura del esquema jerárquico, ruptura que posibilita la percepción del aprendizaje como experiencia vital.

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