miércoles, 16 de octubre de 2013

OCHO HORAS DE TRABAJO, OCHO DE 
DESCANSO Y OCHO PARA EL OCIO.

“La historia se ha acabado.”
Francis Fukuyama. Filósofo neconservador norteamericano.

Como todo el mundo sabe, los criterios culturales del actual gobierno son, en sus efectos, comparables a los de la inquisición. No es que torturen y peguen fuego a los artistas e intelectuales, pero los han dejado sin un duro y eso, hoy en día, es casi lo mismo. No es que censuren la nuevas ideas y flagelen públicamente a sus predicadores para que esas ideas no lleguen a la gente, simplemente los condenan al ostracismo.
Los efectos palpables en nuestros barrios tienen tres maneras inmediatas de manifestarse:
  -La oferta que nos llega o que se genera aquí, teatro, charlas, talleres, recitales, conciertos, etc. es mucho menor, en la medida que los recursos económicos mínimos necesarios han desaparecido.
  -Las posibilidades de adquirir cultura para las clases más bajas de nuestra sociedad, es decir nosotros, ha disminuido, cuando menos en un 15% que es en lo que se ha incrementado el IVA en los productos culturales. Las 'clases intermedias' lo arreglan atornillando en la misma medida al que tienen debajo, pero nosotros no tenemos a nadie.
-Nuestros maestros, y en general los profesionales que se dedican a la dinamización cultural, acabarán bajando su nivel de dedicación a nuestros chavales. No es lo mismo tener como máxima preocupación la educación de los alumnos, a que ese espacio mental lo ocupe la preocupación por llegar a fin de mes. Así como, tampoco es lo mismo, disponer de los adecuados medios técnicos para hacer tu trabajo, que trabajar con dotaciones obsoletas, escasas y deterioradas por el uso excesivo.
Sin embargo la cultura no se limita sólo a esos niveles, ni mucho menos. Como es bien sabido, la cultura impregna hasta los más nimios actos de nuestra existencia, es decir, la 'política cultural' del gobierno y los tres efectos mencionados, serían tan sólo la punta del iceberg. Nos convendría agrandar la perspectiva e intentar tomar conciencia, ni que sea aproximadamente, de las verdaderas dimensiones del iceberg.
Puestos a tomar perspectiva, no nos quedemos cortos porque las agresiones a nuestros derechos también son de 'largo alcance'. Sí entendemos la historia desde el único punto que tal disciplina tiene sentido, es decir, como descripción de la forma y manera en que la humanidad va consiguiendo que cada vez más gente sufra menos, la pretensión de los ricos del mundo es parar la historia. Ni más, ni menos.  No debiera sorprendernos, esa es una pretensión que siempre han tenido las clases dominantes, perpetuarse en el poder evitando por todos los medios que la historia, en el sentido que a nosotros nos interesa, siga avanzando.
Por contra, el lógico empeño de las clases oprimidas es hacer que la historia siga adelante, por lo menos hasta un punto donde la explotación del hombre por el hombre, desaparezca. Empeño y responsabilidad, si no queremos que nuestros hijos, nietos y siguientes generaciones nos miren como a unos pobres tarados a los que ponían un aparato electrónico delante y se dejaban robar la cartera. Tal y como nosotros miramos a los siervos de la edad media, a los que les ponían un cristo delante y se dejaban robar hasta el virgo de la hija. Sin embargo, los siervos tenían la escusa de que eran muy ignorantes y que vivían traumatizados por la proximidad de la muerte, algo muy presente y cotidiano en aquellos tiempos. Pero nosotros, cuando menos en el ámbito europeo, gracias a la dignidad, el empeño y la responsabilidad histórica que nuestros mayores tuvieron el coraje de asumir, no somos ignorantes y disponemos de medios para cuidar nuestra salud y alejar razonablemente el espectro de la muerte. La enseñanza y la salud son derechos universalmente reconocidos.
Que sea justo ahí, en esos derechos absolutamente fundamentales, donde nos estén dando, no responde solamente a los corruptos intereses de nuestros gobernantes. Sí sus amos, los ricos del mundo, se lo permiten es porque también beneficia sus intereses: Desproveernos de esos derechos que son, precisamente, los que establecen las condiciones para pegarle un buen empujón a la historia.
En ese empeño, el de seguir progresando, tiene un papel fundamental el derecho a la cultura, entendiéndola, no sólo como los conocimientos y actividades que nos permiten una salud física razonable, encontrar trabajo y entablar unas determinadas relaciones, sino, y sobre todo, como la herramienta que nos permite entender lo que ocurre a nuestro alrededor. Un alrededor que, en la medida que vivo y dinámico, mantendrá nuestra mente viva y dinámica, es decir, en condiciones de poner su grano de arena en la tarea de progresar.
Es aquí cuando viene a cuento el título de este artículo. De esa reivindicación sagrada de la clase obrera, que nuestros mayores forjaron con su sangre y que nosotros somos incapaces de hacer que se cumpla efectivamente, de esa reivindicación, digo, lo que verdaderamente no soportan son las ocho horas de ocio. Ellos, los ricos del mundo, lo que quieren son ocho horas de descanso, dieciséis de trabajo y punto. ¡Ah! ...y los desplazamientos y las comidas, a cuenta de las ocho horas de descanso. No se trata tan sólo del interés económico que eso les supone. ¡Que va! Para ellos es una cuestión de supervivencia. Me explico.
Si ese granito de arena en la tarea de progresar puede objetivarse, no será mientras estamos sumidos en la mierda de trabajo que nos imponen, o cuando dormimos. Será durante ese tercio que dedicamos al ocio. Será durante ese espacio de tiempo cuando la lucidez, poca o mucha, se ponga de manifiesto. Será entonces cuando nuestra capacidad de soñar, poca o mucha, se haga efectiva. Será ahí cuando, pensando en nuestros hijos, en nuestros nietos, en los de nuestros compañeros, se nos ocurra que otro mundo, sin la terrible explotación del hombre por el hombre, es posible. ¡Y ahí es donde les duele!
De manera que, y esto es lo que quiere decir este artículo, cuando castigan a los maestros de nuestros hijos, lo que hacen es empobrecer la capacidad intelectual de los chavales y garantizarse futuras generaciones de obreros sin capacidad de soñar. Pero cuando nos obligan a utilizar más tiempo para conseguir los recursos mínimos, cuando nos obligan a jubilarnos más tarde, nos están robando ese tercio de nuestra vida absolutamente necesario para el progreso, para que la historia avance. Cuando los espantapájaros que están al frente de los gobiernos, nos vienen con la canción de trabajar más, o cobrar menos que es lo mismo, lo que están intentando es acabar con nuestro derecho a soñar y, por ende, con nuestro derecho a luchar por esos sueños.
Sin ilusiones, sin la capacidad de soñar, la historia no avanza. Y si no avanza, retrocede porque quieta no se queda. Por más que lo intenten.  

Juanma.


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