jueves, 29 de agosto de 2013

ALIENACIONES.

Leído en Facebook:
“A veces, aún y estando acompañado por muchos, me encuentro muy solo. ¿Será una sensación?”
La sensación de soledad, a pesar de estar permanentemente rodeado de gente, es muy común en nuestra sociedad. Aparece cuando, por la razón que sea, se constata la incapacidad de decidir nuestros actos. Así Marx habla de la alienación del obrero, pues su contrato con el patrón lo margina de cualquier toma de decisión sobre lo que hay que hacer, de cómo hay que hacerlo y para qué se hace. Para mesurar la magnitud que ese fenómeno alcanza en nuestros días, resulta muy interesante la lectura de 'La mano invisible', novela de Isaac Rosa.

Nos sentimos parte de la realidad, integrados en ella, cuando tomamos nuestras propias decisiones. Sin embargo, cuando nos vemos obligados a obedecer ciegamente, cuando actuamos sin el natural proceso de reflexión sobre lo que hacemos, nos sentimos ajenos a la realidad, es decir, solos, alienados.
Para un asalariado, la reflexión es un acto superfluo, innecesario. Todo se decide sin contar con nosotros. La consecuencia es que, si queremos  encontrar trabajo, debemos aprender a automutilarnos de esa propiedad innata a las personas, la reflexión. Eso resulta muy interesante para la burguesía, porque además de garantizar que hacen lo que les da la gana con la fuerza de trabajo que les vendemos por una miseria, les permite controlar hasta lo que hacemos con esa miseria. Algo fácil de conseguir sobre una población automutilada, habituada a no utilizar la reflexión.
Sin embargo, esa mutilación produce una angustia muy especial que, en un momento u otro, se pone de manifiesto. Solemos resolverlo, simulando actos voluntarios, comprando en grandes aglomeraciones comerciales, acudiendo a discotecas, a los estadios, a los conciertos multitudinarios y, en general nos amontonamos todos en los mismos sitios, por indicación de la tele... o de Facebook. Sin duda que lo hacemos porque queremos, faltaría más, esta es una sociedad libre. Esa libertad, es algo, que los burgueses se preocupan muy mucho en recordarnos. Lo que no nos dicen es que la DISIDENCIA conlleva una SOLEDAD insufrible para la mayoría de personas. Esa es la verdadera arma del 'Gran hermano'.
Tomar conciencia de esa alienación y, sobre todo, hacerla pública es un acto de rebeldía pues, en última instancia, significa que ese individuo está pensando por su cuenta. El autor de la frase que da pie a este artículo está protestando, no le gusta lo que ve, ni lo que hace. En '1984', la novela de George Orwell, pasaría a engrosar la lista de individuos a vigilar.
Entre la gente militante otra sensación que indica alienación, es la de 'sentirse quemado'. Verdadera 'enfermedad del progre' que diezma las filas progresistas para regocijo de la burguesía. Se pone de manifiesto cuando las cúpulas de las organizaciones actúan por su cuenta, es decir, cuando la acción aparece separada de la reflexión. En tales casos a la gente de base, a los que pican la piedra, tan sólo les resta la 'fe' en sus ideales y la confianza en sus 'lideres', y ese es un combustible que, sin una permanente sincronización con la realidad, efectivamente, se quema rápido. Sobre todo teniendo presente que las nuevas generaciones disponen de una formación de base muy por encima de lo que era habitual cuando se gestó el actual modelo de las organizaciones políticas populares, lo que significa un combustible 'militante' mucho más volátil.
En este campo la desconfianza hacia las cúpulas burocratizadas es tan grande, que en los movimientos contestatarios de los últimos tiempos, no se tolera el más mínimo protagonismo a políticos y organizaciones, siempre sospechosos de estar buscando votos que les garanticen el sueldo. Ese rechazo es, en cualquier caso, una buena noticia pues indica un nivel de autonomía por parte de las clases populares que nos aleja de demagogias y estrategias interesadas. 

Sin embargo, después de casi tres años de movilizaciones, es frecuente percibir entre los activistas, cierto desanimo al comprobar que merman los participantes y cuesta mantener las convocatorias. Ahora no hay cúpulas que convoquen en su provecho, es la propia gente que se moviliza utilizando las nuevas tecnologías. A la cabeza de las manifestaciones ya no están los traidores de siempre, es gente en la que nos reconocemos todos. Las pancartas y consignas, ya no están hechos en los 'cuarteles' de esta o aquella organización, todo lo contrario, el vistoso colorido de esas convocatorias les proporciona la inconfundible patina de lo auténtico, de lo popular. Pero la sensación de apartamiento, alineación o soledad, sigue afectando a mucha gente que se desmotiva dejando entonces al descubierto, entre los más comprometidos, nuevas vanguardias en eminente peligro de burocratización. Es fácil suponer la desagradable sorpresa de esos compañeros, al constatar que están a un paso de convertirse, precisamente, en aquello contra lo que pelean. 
Todos nos preguntamos hasta donde ha de llegar el espolio para que la gente haga algo y no se desmotive. Lo bueno del caso, es que ese punto de cabreo, aquel en que la gente está convencida de que 'esto no puede ser', está más que rebasado. Pero no pasa nada. ¿No estará el problema en ese 'algo' que, se supone, la gente tendría que hacer? O, lo que sería todavía peor, ¿no será que nadie sabe quién, cómo y cuándo, tiene que decidirlo? La duda con respecto a lo que hay que hacer es un factor desmotivante de primer orden, es la fuente más eficaz de alienación. Da la impresión que, automutilados como estamos precisamente en la capacidad de reflexionar y decidir, en un momento dado, nos quedamos a la espera de que alguien, ese alguien que no sabemos quién es, nos diga lo que hay que hacer. La inutilidad de esa espera hace que la gente se desmotive y, naturalmente, no haga nada.
Podría parecer, por lo dicho en los últimos párrafos, que la lucha, fuera del férreo control de las organizaciones, se convierte en actos poco más que folclóricos. Nada más lejos de la realidad, la lucha contra la alienación es exactamente la lucha contra el sistema que nos oprime. Las clases populares, en un proceso de esos que no se olvidan, como no se olvida el montar en bicicleta, han aprendido a decidir cuándo y por qué hay que movilizarse. Todo parece indicar que la salida está en seguir dando pasos en la reutilización de esa función básica, la reflexión, hasta encontrar la manera de ponernos de acuerdo en ese 'algo' que hay que hacer.
¿Es eso posible? La pregunta es buena pero, a los que se muestran escépticos, hay que recordarles el escepticismo que, hace tan sólo doscientos años, se mostraba con respecto a la posibilidad de que unos artefactos nos permitieran volar.
Lo que también resulta cierto es que la mayoría de nosotros necesitaremos de especialistas y profesionales, orientación entre la selva de datos que es necesario manipular para la toma de semejantes decisiones, sin embargo, es muy diferente recabar información, a que te aparezca una especie de profesor sin corbata diciéndote lo que tienes que hacer.

Juanma.


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