martes, 12 de abril de 2011

DE AQUI O DE FUERA,

UNA SOLA CLASE OBRERA.

Hace muchos, muchos años, un señor montó una fábrica apoyándose en dos bastones. Por un lado tenía mucho dinero y, por otro, disponía de un montón de miserables dispuestos a vender su trabajo por un sueldo de mierda. De donde sacó tanto dinero y cómo consiguió controlar a tanta gente, es mejor no hablar...

El caso es que, ¡lo que son las cosas!, ese montón de miserables, a la que tuvieron la barriga llena, decidieron exigir mejores sueldos para dejar de ser miserables y aprendieron a utilizar métodos anticonceptivos para dejar de ser un montón. Como era de esperar esto no le hizo ninguna gracia al señor que montó la fábrica porque encarecía mucho la fuerza de trabajo y, por lo tanto, daba al traste con una de las patas de su invento.

Una solución razonable hubiera sido pactar con el montón de miserables unos sueldos que, manteniendo un nivel motivante de beneficio, permitiera un nivel de vida suficientemente holgado como para que cualquiera pudiese darse el lujo, y tener la honra, de aportar a la sociedad entre dos y cuatro hijos. Bien planificado este planteamiento permitiría mantener una población estable cuyos niveles de formación garantizarían, por un lado, que la gente trabajaría mucho, bien y con ganas, mientras que por otro lado, los buenos sueldos asegurarían que el dinero corre entre la gente y esa es la mejor manera de abordar cualquier reto de futuro.

Eso sería lo lógico o, en cualquier caso, hubiese valido la pena intentarlo. ¡Pero no! El señor del dinero dijo que él había montado una fábrica para hacerse tan rico como fuera posible y no una entidad para beneficio de la sociedad. En consecuencia, si los miserables habían decidido dejar de suministrarle más miserables, los iría a buscar donde fuera: Murcia, Aragón, Galicia, Andalucía, China, Marruecos, Sudamérica, África... El caso era tener muchos miserables que siguieran trabajando por cuatro chavos. Y en esas estamos. Si hablásemos de una partida, el señor del dinero les ha ganado descaradamente la jugada a los miserables. Sin embargo la partida continua... ¿Cuál será la siguiente jugada?

Veamos. El señor del dinero tiene una postura muy clara de la que no se mueve ni borracho: Si hay quien me lo hace por menos sería de gilipollas pagar más. Y punto redondo. Es evidente que su interés tiene dos vertientes. La primera es garantizar que, en los países de origen, se mantengan unas condiciones sociales de miseria que fuercen a la emigración. Y la segunda es asegurarse que los trabajadores que ya estábamos aquí nos enfrentemos a los trabajadores recién llegados. De esa manera, metidos en enfrentamientos estériles, nos va a ser imposible generar la unidad necesaria para exigir buenos sueldos.

Así pues, el señor del dinero, no escatimará medios para, utilizando a los cavernícolas de siempre, difundir en la sociedad un par de mensajes. Por un lado, convencernos de que los países de donde vienen los trabajadores recién llegados no tienen remedio, de que son un nido de terroristas, delincuentes y pedigüeños irrecuperables. Convencernos de que lo único que podemos hacer es construir armas infernales para machacarlos cuando se ponen flamencos. Y, por otro lado, inculcarnos la idea de que los trabajadores recién llegados son una especie de parásitos que, sin cultura ni educación posible, vienen para aprovecharse de nuestros 'avances' sociales. Esas son las cartas del señor del dinero.

¿Y las nuestras? Las de los miserables. ¡Que chungo lo tenemos! Pero bueno, ¿y que? ¿Alguna vez lo hemos tenido fácil? No hay que dejarse impresionar. Son demasiadas historias de lucha y sacrificios la que llevamos a nuestras espaldas, a las espaldas de la clase obrera, como para achicarnos frente a semejante fullería. Nuestros mayores aprendieron a exigir los pocos derechos de los que ahora disfrutamos y supieron corregir sus hábitos y cultura para que una sociedad un poquito más justa fuera posible. ¿Ni siquiera intentaremos estar a su altura? ¿Seremos incapaces de jugar nuestras cartas con el arrojo y la dignidad con que ellos jugaron las suyas? Pensemos porque, efectivamente, nos la estamos jugando.

Por lo menos tenemos una certeza: La jugada maestra sería cortarle la fuente de miserables al señor del dinero. Interrumpir el flujo migratorio. Si consiguiéramos eso lo dejábamos en pelotas. ¿Cómo? Las noticias sobre las titánicas luchas de los pueblos suramericanos contra las multinacionales y, últimamente, sobre el arrojo de las clases trabajadoras en los países árabes, nos están dando una pista. Es precisamente de esos países de donde nos llegan los nuevos compañeros. Si los trabajadores de esos países, tal y como lo consiguieron nuestros mayores, consiguen unas condiciones de vida dignas dejaran de tenerse que enfrentar al drama de la emigración. Ahí tenemos una carta de triunfo seguro: Apoyar decididamente la lucha de esos pueblos por conseguir buenos sueldos y todos sus derechos para que no necesiten emigrar.


Y puestos a darle al tarro se nos podría ocurrir hacerles ver a los compañeros recién llegados que los han engañado, que esto no es ningún paraíso, que sus sueños no se harán realidad por la misma razón que no se han hecho realidad los nuestros. Que su única posibilidad, como la nuestra, es vender su fuerza de trabajo lo mas cara posible y que eso sólo se consigue uniendo esa fuerza de trabajo, la suya y la nuestra, como una piña. Hacerles entender que la patria común, la suya y la nuestra, es Fuenteobejuna donde todos van a una. De esa manera todas esas compañeras y compañeros que el señor del dinero trae para debilitarnos, si conseguimos que se unan a nosotros, en realidad nos habrán fortalecido. Saliéndole al susodicho el tiro por la culata.

Esas son nuestras cartas y la partida está abierta.

Juanma.


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